sábado, 2 de marzo de 2013

Machu Pichu


Tras disfrutar de los encantos y sensaciones de la ciudad de Cusco, nuestra próxima meta era visitar Machu Picchu.
Este enclave se encuentra en la ciudad de Aguas Caliente, situada a unos noventa Km. de Cusco. El viaje, largo por la dificultad del terreno, pero de una belleza impresionante, transcurrió por  el valle regado por el río Urubamba. Río de feroces rápidos y de caudal abundantísimo, que nos permitía atravesar el valle sagrado  y nos mostraba, cuando entre las elevadas montañas se adentraba,  un anticipo de la cercana selva peruana.
Rio Urubamba camino de Machu Pichu



Ollantaytambo (Valle Sagrado)

De esta forma llegamos a Aguas Calientes, pueblo, a orillas del Urubamba y cuya existencia turística nace del enclave de Machu Picchu. Desde este lugar y mediante pequeños autobuses, se sube en un pronunciado desnivel a la ciudad sagrada.
Subiendo a Machu Pichu
Entramos en el recinto y aún no vislumbrábamos nada de lo que en numerosas fotografías y postales conocíamos. Pronto, tras unos metros de aproximación, se presentaron ante nosotros las ruinas de la ciudad sagrada de Machu Picchu.
La primera imagen
Creo que tal vez no dábamos crédito a lo que la naturaleza y la historia nos mostraba. No sabemos si es posible plasmar nuestras sensaciones unas líneas. Pero lo que tampoco supimos en aquellos instantes es si aquello eran unas ruinas o una obra de arte esculpida en la montaña.

¿Esculpido en la montaña?
Visitandola y trabajando en su conservación
Majestuosa, señorial, con sabor a historia y olor a pasado, la saboreamos con ansiedad y nos impregnamos de su aroma romántico.
Vistas de los rincones

Terrazas de cultivos

Desde el alto mirador pensamos que el inca, moldeado por las montañas que la protegen, mirando al cielo, estuviera adorando al sol y resguardando el tesoro que la Pacha Mama había diseñado con esmero y regalado para su existencia.
Las montañas esconden al inca mirando al sol
 
Recorrimos completamente el lugar. Atendimos las exhaustivas explicaciones de nuestra guía, que nos enseñó a comprender la historia. Pero en cada paso que dábamos, nos quedábamos impresionados por una nueva imagen, distinta y llena de belleza.



El templo del sol, el templo de la tierra, el del cóndor, la vivienda del inca, la piedra sagrada, los espejos de agua, las canteras, las terrazas de cultivos, las casas de los pobladores… y el espíritu de un pueblo. De un pueblo, que recibía terrenos para trabajarlos y obtener beneficios para todos. De un pueblo que en el trabajo de sus habitantes lograba su esplendor. Y de un pueblo cuyos conocimientos de Astronomía, a través de la observación, les permitieron aprovechar las épocas de cosechas y distribuir su tiempo entre la construcción de la ciudad, los trabajos de mantenimiento y el aprovechamiento de la tierra.

Templo de la Pacha Mama


Casa del Inca

Templo del Condor

Espejos de agua

Canteras 
El tiempo nos parecía poco, no deseábamos salir del recinto, pero el largo regreso, nos exigía despertar del sueño. Salimos. De nuevo, todo había desaparecido, lo que durante horas de veloces minutos habíamos admirado, ahora sólo quedaba en nuestro recuerdo. Para nosotros, todo fue como un instante. Quizás, para el inca, su existencia en aquel lugar también fue un suspiro.

Bajamos por el quebrado e inclinado camino, hacia Aguas Calientes. Allí de nuevo el tren nos iba a devolver a Cusco. La noche había caído, la oscuridad y el cansancio nos adentraban en la tristeza de la añoranza de un maravilloso recuerdo. Ya, de nuevo en nuestro soñado nacimiento, la estrella que desde nuestro hogar nos había guiado hasta aquí, nos indicaba de nuevo Lima.  Íbamos a seguirla, nos había conducido con mimo y siempre confiámos en que nos seguiría iluminando.
Aguas calientes y autobuses que suben a Machu Pichu
Rio Urubamna a su paso por Aguas Calientes

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