domingo, 24 de febrero de 2013

Un recuerdo


Un día, como otros muchos, conectado el wassap, envié una fotografía de unos de los lugares que había visto y que me había encantado. Pronto recibí una imagen de dos botellines de cerveza Cruzcampo y de la entrada a un bar. Tato había sido su emisario pero yo respondí con evasivas. Al poco, Sara contestó con una instantánea de la Giralda iluminada en la noche. No respondí, solo leí:  “A ver quién supera esto”. Y la verdad que pensé: “ Para mi, que difícil es superarlo”.
Me entraron ganas de hablarle a mi Sevilla, como en la mente había venido haciendo, cada vez que visitaba algún lugar. Y me dispuse a contarle lo que, en aquellos lugares, pensé. Y así, Sevilla, te hable: Sí, si estoy viendo sitios maravillosos, lugares llenos de encanto y cada uno distinto, estoy visitando ciudades, pueblos, regiones, paseando por sus calles y parajes, conociendo sus gentes y costumbres. También se que estoy lejos de ti, pero no te imaginas lo dentro que te llevo, no dejo de pensar en ti, chiquilla. Primero llegue a Miami, elegante, altiva, preciosa. Una ciudad acogedora, amable y cariñosa.  Estuve en sus barrios, en sus calles, y en sus comercios.

Miami  
Un día, paseando por Coral Gable, descubrí que en uno de sus edificios, la Giralda estaba presente. “¿Por qué una giralda allí?” Pensé. Pues…  claro, a Miami,le faltaba el arte, y sólo en ti, en tu giralda lo encontraron.

La giralda
Días después recorrí Cartagena de Indias. Al ritmo de la cumbia caribeña, paladeé el sabor de la belleza de sus calles coloniales, donde balcones rebosantes de flores las dotaban de encanto. Allí, mirando sus flores no pude más que pensar: Ellas no tienen la suerte que tienen nuestras gitanillas, de llenarse de alegría, al  asomarse a las rejas y balcones del barrio de Santa Cruz, y ver a las gitanas, con palmas, cantando sevillanas  y andando con salero, caminar hacia la feria.
Atravesé el canal de Panamá, donde el sueño de unos con el ingenio de otros se transforma en maravilla. Atravesé sus exclusas y contemple sus paisajes. Viendo abrirse sus compuertas me acordé de las de la Cartuja. Me acordé de como ven pasar los barcos, camino del arenal, para allí escuchar, cuando un compas torero hace blandir pañuelos, los olés  de la Maestranza.


Canal de Panama


La Maestranza
Recorrí Manta, su zona casi selvática, sus playas y su aridez. Aprendí a, en los dirigentes, tener fe,  y contemplé el duro trabajo de fabricación de los sombreros de Ecuador. Cuando, en posturas imposibles veía tejer los sombreros, en mi mente apareció la imagen de amazonas y jinetes tocados con el de ala ancha “el cordobés”, paseando el empaque y el señorío por las calles del real.
Ahora estoy en Lima y aquí ya recorrí distritos y municipalidades.  En Barranco me emborrache de bohemia y visité su puente, su puente de los suspiros. Cruzando el puente, al otro lado, Chabuca Granda vigilaba, como las limeñas, cómo después de veinticinco pasos aguantando la respiración, por fin suspiraban al terminar. Pero también parecía indicar, señalando hacia ti, cuánto suspiraría ella al oír el quejío gitano, en el cielo de Triana, del Perejil cantando a sus niñas sevillanas en la Iglesia de Santa Ana.

Chabuca Granda en Lima


Triana y Santa Ana
¿Y a ti qué te falta? Nada…  Sí, tal vez algo, el mar. Pero tienes un rio que pronto lo busca y desde Cádiz te trae el salero. Así que, para no faltarte nada, tu olor es a sal, a jazmín y a azahar, casi ná.

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