Un
día, como otros muchos, conectado el wassap, envié una fotografía de unos de
los lugares que había visto y que me había encantado. Pronto recibí una imagen
de dos botellines de cerveza Cruzcampo y de la entrada a un bar. Tato había
sido su emisario pero yo respondí con evasivas. Al poco, Sara contestó con una
instantánea de la Giralda iluminada en la noche. No respondí, solo leí: “A ver quién supera esto”. Y la verdad que
pensé: “ Para mi, que difícil es superarlo”.
Me
entraron ganas de hablarle a mi Sevilla, como en la mente había venido
haciendo, cada vez que visitaba algún lugar. Y me dispuse a contarle lo que, en
aquellos lugares, pensé. Y así, Sevilla, te hable: Sí, si estoy viendo sitios
maravillosos, lugares llenos de encanto y cada uno distinto, estoy visitando
ciudades, pueblos, regiones, paseando por sus calles y parajes, conociendo sus
gentes y costumbres. También se que estoy lejos de ti, pero no te imaginas lo
dentro que te llevo, no dejo de pensar en ti, chiquilla. Primero llegue a Miami,
elegante, altiva, preciosa. Una ciudad acogedora, amable y cariñosa.
Estuve en sus barrios, en sus calles, y en
sus comercios.
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Miami | | |
Un
día, paseando por Coral Gable, descubrí que en uno de sus edificios, la Giralda
estaba presente. “¿Por qué una giralda allí?” Pensé. Pues…
claro, a Miami,le faltaba el arte, y sólo en
ti, en tu giralda lo encontraron.
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La giralda |
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Días
después recorrí Cartagena de Indias. Al ritmo de la cumbia caribeña, paladeé el
sabor de la belleza de sus calles coloniales, donde balcones rebosantes de
flores las dotaban de encanto. Allí, mirando sus flores no pude más que pensar:
Ellas no tienen la suerte que tienen nuestras gitanillas, de llenarse de
alegría, al asomarse a las rejas y
balcones del barrio de Santa Cruz, y ver a las gitanas, con palmas, cantando
sevillanas y andando con salero, caminar
hacia la feria.
Atravesé
el canal de Panamá, donde el sueño de unos con el ingenio de otros se
transforma en maravilla. Atravesé sus exclusas y contemple sus paisajes. Viendo
abrirse sus compuertas me acordé de las de la Cartuja. Me acordé de como ven
pasar los barcos, camino del arenal, para allí escuchar, cuando un compas
torero hace blandir pañuelos, los olés
de
la Maestranza.
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Canal de Panama |
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La Maestranza |
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Recorrí
Manta, su zona casi selvática, sus playas y su aridez. Aprendí a, en los
dirigentes, tener fe, y contemplé el
duro trabajo de fabricación de los sombreros de Ecuador. Cuando, en posturas
imposibles veía tejer los sombreros, en mi mente apareció la imagen de amazonas
y jinetes tocados con el de ala ancha “el cordobés”, paseando el empaque y el
señorío por las calles del real.
Ahora
estoy en Lima y aquí ya recorrí distritos y municipalidades.
En Barranco me emborrache de bohemia y visité
su puente, su puente de los suspiros. Cruzando el puente, al otro lado, Chabuca
Granda vigilaba, como las limeñas, cómo después de veinticinco pasos aguantando
la respiración, por fin suspiraban al terminar. Pero también parecía indicar,
señalando hacia ti, cuánto suspiraría ella al oír el quejío gitano, en el cielo
de Triana, del Perejil cantando a sus niñas sevillanas en la Iglesia de Santa
Ana.
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Chabuca Granda en Lima |
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Triana y Santa Ana |
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¿Y a
ti qué te falta? Nada… Sí, tal vez algo,
el mar. Pero tienes un rio que pronto lo busca y desde Cádiz te trae el salero.
Así que, para no faltarte nada, tu olor es a sal, a jazmín y a azahar, casi ná.
Estoy de acuerdo cien por cien
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